MATERNIDAD

20 segundos son suficientes

perder de vista a un niño en el parque

Escribo el post con un nudo en la garganta, con ansiedad, con los ojos rojos e hinchados de tanto llorar, son casi las 3 de la madrugada, me he levantado de la cama porque aquí no hay manera de que concilie el sueño, mi mente sigue en esos dichosos 20 segundos, el corazón me va a mil por hora, hace ya unas horas que me he llevado el susto más grande de mi vida, pero sigo acongojada, sigo nerviosa, sigo temblando, ni la tila que me he tomado, ni los abrazos de consuelo del padre, ni el haberme desahogado llorando, han calmado esta angustia…

Obviamente este no era el post que tenía programado para hoy…

Ayer fue una tarde como otra cualquiera, en el parque de siempre, con las mamás de siempre, con los amiguitos de siempre, debajo de nuestra casa, y no es metafórico, es literal, vivimos pegados a un parque donde me asomo a mi terraza, y veo a mis hijos jugar, desde casa con las ventanas abiertas los oigo reírse y correr, donde nos conocemos todos los del barrio, donde digo Mario, y todos saben que es el niño con el pelo dorado y los rizos más bonitos de toda la contorná.

No puedo evitar que venga a mi mente la niña Lucía Vivar de 3 añitos, que anduvo durante horas por las vías del tren, y que por desgracia todos conocemos el tristísimo final, esa por la que toda España sintió el dolor de sus padres, esos padres que fueron duramente juzgados por algunas personas al haber perdido de vista a su hija durante ¿20 segundos?, los 20 segundos que he perdido yo de vista hoy a mi hijo.

20 segundos que he estado desenvolviéndole el papel de film a mi otra hija para que merendara su bocadillo de salchichón, esos 20 segundos han sido suficientes para que mi hijo pequeño de 22 meses saliera corriendo parque abajo.

¡MARIO, MARIO, MARIO!, gritos, zancadas gigantescas para abarcar el máximo parque posible en el menor tiempo posible, corría, volvía a gritar ¡MARIO!, nada, a Mario no se le veía por ningún sitio, el parque donde vamos a diario está en una zona peatonal residencial, donde hay muchísima explanada, arbustos, árboles, zonas para jugar a la petanca, columpios, etc era prácticamente imposible que él solo fuera a llegar a la carretera.

perder de vista a un niño

En pleno momento de enajenación, salió de mi retina una mirada de águila que creo solo desarrollamos las madres en situaciones extremas, como esta, y que consiguió visualizar y encontrar al peque subido dentro de una jardinera que bordea un árbol (el de la fotografía), y jugando tan pancho con las algarrobas, el cual, estaba a menos de 20 metros de mi, pero como ves hay arbustos dentro de la jardinera que lo tapaban, yo no lo veía, no lo oía, lo llamaba y no contestaba, gritaba su nombre y no me hacía su habitual ¡Booo!, en forma de susto, fueron unos segundos de búsqueda, fueron unos segundos de ¿despiste?, fueron unos segundos de absoluta angustia, donde literalmente me faltó el aire, donde lo cogí en brazos lo besé y lo abracé tan tan fuerte, que se quejó y acabó llorando.

Me sentí totalmente arropada, comprendida y acompañada por todas las mamás que estaban conmigo en el parque, lejos de sentirme juzgada, noté cariño y empatía hacia lo que acababa de pasar, me quedo con la frase que me dijo una de las mamás, «tranquila, no te tortures, nos podía haber pasado a cualquiera».

Mi mente da vueltas, muchas vueltas, mi subconsciente crea en mi cerebro escenas ficticias de lo que podía haber pasado, inconscientemente resuenan en mi cabeza en forma de eco unas voces que repiten una y otra vez «y si…», espero cerrar el ordenador y que mi cuerpo se relaje y descanse, necesito respirar hondo y olvidar lo que ha pasado hoy, esto ha sido como si alguien me hubiera dado unas palmaditas en la espalda en señal de alarma, sin duda a partir de hoy, iré con ojos hasta en la nuca…

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